Por Sandra Miguez
En muchas ocasiones, la camaradería entre varones —ese pacto implícito de complicidad— funciona como una coraza que protege a los propios, aun cuando lo que está en juego es mucho más grave que un chiste o una anécdota compartida. Esa lógica de “código entre hombres” suele diluir, relativizar o directamente invisibilizar la problemática de la violencia de género.
Lo que aparece como amistad, lealtad o espíritu de grupo se convierte, en estos casos, en una forma de encubrimiento. La violencia queda desdibujada, reducida a un exceso aislado o a un malentendido. Se la banaliza, se la despoja de su dimensión estructural.
Un ejemplo reciente fue la entrevista que Pedro Rosemblat le realizó a Gustavo Cordera. Allí, la charla derivó en un tono de complicidad que pareció olvidar el peso de las declaraciones del músico sobre las mujeres, minimizando su gravedad bajo el registro de la anécdota o la conversación entre colegas. La incomodidad quedó en evidencia: se habló más de la “cancelación” que de la violencia simbólica y real que esas frases encarnan.
No es un caso aislado. Por estas horas también en un streaming, Agustín Franzoni, ex pareja de Flor Jazmín Peña, otra streamer, dijo como si nada que guarda videos sexuales de su ex pareja por “lo que puedan valer en el futuro”. Esto es un delito, se denomina sexting es la práctica de crear y enviar mensajes, fotos o videos de contenido sexualmente explícito a través de dispositivos electrónicos como teléfonos móviles, tabletas y computadoras y es una práctica de riesgo que puede tener graves consecuencias, ya que el remitente pierde el control sobre el contenido una vez que ha sido enviado.
Las entrevistas a Cordera, o lo que dijo Franzoni, sucede casi siempre entre medio de risas cómplices, lo mismo que pasa cuando algunos periodistas ante declaraciones misóginas o en programas de televisión se ríen y de este modo se relativizan las denuncias por acoso al amparo de la camaradería mediática.
A nivel internacional, casos como los de Harvey Weinstein en Hollywood o los múltiples escándalos de abuso en el deporte muestran cómo los pactos de silencio, la complicidad entre colegas y la defensa corporativa prolongan la impunidad y dejan a las víctimas en un lugar secundario, o cuando no, se pone en tela de juicio lo que han declarado, como cuando se dice “supuestas denuncias”, que muchas veces como en el caso del ex fiscal Uriburu, vuelve a poner en escena alguien que ya cuenta con antecedentes, y sin embargo se sigue buscando proteger a los victimarios, aún con evidencia en la mano.
El problema es que esa camaradería no es inocua. Permite que el círculo de varones se cierre sobre sí mismo, evitando la autocrítica y, sobre todo, bloqueando la posibilidad de que se escuche a las víctimas. En la mesa de amigos, en la cancha, en la oficina, en los medios o en el Congreso, los gestos de complicidad entre varones pueden ser la primera barrera contra cualquier intento de nombrar, denunciar o sancionar las violencias.
Romper con esa lógica no significa negar la amistad ni la fraternidad entre hombres, sino resignificarlas: apostar a vínculos donde la lealtad no se mida por encubrir, sino por animarse a señalar y frenar una práctica violenta. Una verdadera amistad también se juega en la valentía de decir “esto no está bien”, aun cuando esa frase incomode o desarme la risa compartida.
Además, es fundamental que los medios y quienes realizan entrevistas aborden estas problemáticas desde una perspectiva de derechos humanos y de género. Cubrir la violencia de manera responsable implica poner el foco en las víctimas, contextualizar las declaraciones y cuestionar la impunidad que los códigos de camaradería generan. No se trata solo de informar, sino de contribuir a un cambio cultural que desmonte la normalización de la violencia y promueva la igualdad y el respeto.
La violencia de género no es un problema de mujeres. Es un problema social y político que interpela, en primer lugar, a los varones. Mientras los pactos de camaradería sigan funcionando como excusa o atenuante, la sociedad entera continuará reproduciendo impunidad. La tarea es urgente: desarmar la complicidad, abrir los códigos y construir otras formas de ser y estar entre varones, que no se sostengan sobre la negación de las violencias, sino sobre la ética del cuidado y la justicia.