El poder oculto detrás de la prostitución

El psiquiatra y referente en temas de violencia patriarcal, Enrique Stola, escribió recientemente sobre una figura social invisibilizada pero decisiva en el sostenimiento de la prostitución y la trata de personas: los “puteros”. En su análisis, plantea cómo el ejercicio de pagar por sexo no es un acto individual aislado, sino una práctica profundamente enraizada en la cultura patriarcal que refuerza la identidad masculina y la pertenencia grupal.

Stola señala que “el ciudadano que se presenta como demócrata revela su faceta fascista en el acto de prostituir”. Ese hombre, explica, puede mostrarse en público como un sujeto respetable, pero en la intimidad ejerce una forma de dominación que lo reconcilia con un mandato ancestral de masculinidad. El recorrido que describe es claro: “Una vez concluido, este individuo regresa al mundo como un demócrata y un hombre satisfecho”.

Este tránsito, advierte el psiquiatra, no queda en la esfera íntima. Es parte de un ritual compartido, de la experiencia de la fratría: “Es un ‘así somos los hombres’ que inunda el cuerpo, inscrito en el individuo que oscila entre demócrata y fascista, dándole la vivencia una energía que identifica como ‘masculina’ que lo afilia a un grupo”. Esa energía, sin embargo, es transitoria, y por eso el acto debe repetirse una y otra vez.

La construcción de masculinidad que se pone en juego necesita de objetos externos —“alcohol, familia, trabajo, dinero, drogas, mujeres o personas trans y travestis”— para sostenerse. En ese entramado, los “puteros” rechazan ser nombrados como tales y se justifican: “No es mi culpa que existan ‘putas’ a las que les guste o sea su trabajo. Es un servicio para los hombres, y ellas cobran por ello”. Incluso, llegan a invertir el lugar de víctima y victimario: “Si nosotros no usáramos sus servicios, se morirían de hambre. Deberían darnos las gracias”.

Lejos de tratarse de una conducta marginal, Stola advierte que los “puteros” forman parte de lo que socialmente se define como “gente de bien”. Su peligrosidad radica precisamente en esa normalización e invisibilidad, que alcanza incluso a ciertos sectores del feminismo. “Son un pilar fundamental junto a la ‘gente de bien’ para el sostenimiento y crecimiento de la Trata de Personas con fines de Explotación Sexual y de toda la red prostituyente institucionalizada”, enfatiza.

La reflexión de Stola interpela de lleno a la discusión sobre la prostitución y la trata: no se trata solo de redes criminales ni de víctimas, sino de mirar de frente al sujeto demandante. El “puterío”, como lo define, sigue siendo un eslabón esencial, legitimado socialmente, para que la maquinaria de explotación continúe funcionando.

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