15 años de la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario en Argentina

El amor como derecho: a 15 años del matrimonio igualitario en Argentina

Hace quince años, el Congreso argentino amanecía con un voto histórico. Afuera, en la Plaza de los Dos Congresos, la vigilia era larga, el frío cortaba, pero el calor de las banderas, los abrazos y las miradas sostenidas tejía una épica nueva: la del amor que se hace ley.

El 15 de julio de 2010, Argentina se convirtió en el primer país de América Latina en legalizar el matrimonio igualitario. Lo que antes era una expectativa íntima, casi utópica para muchas personas del colectivo LGBTIQ+, se volvió conquista política y jurídica. La ley 26.618 no sólo habilitó el casamiento entre personas del mismo sexo, también habilitó nuevas formas de imaginar la vida, de construir familia, de reclamar un lugar en la escena pública sin pedir permiso.

La sanción no fue un acto aislado. Fue el resultado de años de militancia, de cuerpos puestos, de testimonios entregados con valentía en cada audiencia parlamentaria. Fue también la interpelación a una sociedad que empezaba a transformarse, empujada por la fuerza de quienes, en lugar de esperar, decidieron habitar el ahora.

«El amor no discrimina», repetían en aquellos días los carteles, las pancartas, los discursos que estallaban de emoción contenida. Y es que el matrimonio igualitario fue –y sigue siendo– mucho más que la posibilidad de firmar un papel. Es el reconocimiento simbólico y legal de que todos los amores valen. Es decir: que todas las personas valen.

Hoy, quince años después, celebramos no sólo la ley, sino lo que vino después: miles de bodas, de hijos deseados, de familias reconocidas, de historias que pudieron escribirse sin esconderse. Pero también volvemos a mirarla con atención, porque los derechos conquistados no son irrevocables, y las reacciones conservadoras no descansan.

Frente a los discursos de odio que resurgen y las políticas que intentan retroceder lo avanzado, recordar el 15 de julio de 2010 es más que un ejercicio de memoria: es un gesto de resistencia. Un recordatorio de que el amor –cuando se vuelve colectivo y se planta frente a la injusticia– también puede cambiar las leyes.

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