Desaparecer sin dejar rastro. Cortar toda comunicación, sin palabra ni explicación, como si el otro dejara de existir. El ghosting —esa práctica tan frecuente como silenciosa— ya no se limita al mundo de las relaciones amorosas. Atraviesa amistades, vínculos laborales y familiares. En tiempos de hiperconexión, el silencio digital se vuelve un gesto que duele.
El psicólogo y gestor cultural Iván Chausovsky propone pensar el fenómeno sin caer en condenas simplistas. “Sí, duele, pero hay algo muy humano en todo esto» admite y señala que esto «tiene que ver con la dificultad de poner en palabras, con una crisis del contacto. A mí me gusta pensarlo desde el tacto: el tocar con delicadeza, algo que traspasa lo digital. Hoy vivimos una gran crisis de eso, de la delicadeza, del escuchar al otro, del dar espacio.”
En una conversación que derivó en distintas miradas generacionales sobre los vínculos, Chausovsky advierte que las tecnologías no inventaron estas conductas, sino que las amplificaron. “No creo que sean cosas nuevas —dice—, son hipertrofias digitales. Es decir, cosas muy humanas llevadas a la mil potencia. La posibilidad técnica de bloquear o no responder no es más que un recurso para evitar algo que siempre nos costó: el conflicto, la pérdida, el decir ‘no’”.
Según un estudio de la American Psychological Association (2023), el 65% de los jóvenes entre 18 y 30 años reconoce haber sufrido o ejercido ghosting. En la mayoría de los casos, la razón que se menciona es la dificultad de enfrentar conversaciones incómodas o poner fin a un vínculo de manera explícita.
“Hay una angustia cuando no se escucha o cuando el mensaje no recibe una marca de recepción» plantea Chausovsky, «si no hay palabra, no hay reconocimiento. Y eso puede ser profundamente angustiante, porque nos deja en un vacío simbólico. Pero también hay que entender que hay personas que no pueden poner palabras, no porque no quieran, sino porque no saben cómo hacerlo.”
Esa “imposibilidad de poner en palabras” encuentra terreno fértil en un ecosistema digital que confunde conexión con comunicación. “La hiperconectividad no ayuda», sostiene Chausovsky. «Todo el tiempo estamos chequeando si el otro nos vio, si contestó, si está en línea. Antes, vos llamabas por teléfono, o ibas a la casa. Hoy el teléfono no tiene cable, pero la correa la tenemos nosotros. Somos presos de la necesidad de respuesta”, remarca.
“Para nosotros el ghosting es moneda corriente. Es algo que pasa todo el tiempo, no conocemos otra forma de relacionarnos”, dice Ornella Correa, de 19 años, integrante del equipo de Y de repente la noche. Para Chausovsky esto es parte de un signo generacional: “Nosotros, los que vivimos antes del tsunami digital, tenemos recursos que los más jóvenes no pudieron ejercitar tanto: el encuentro callejero, la conversación cara a cara, el tiempo de espera. Ellos nacieron ya dentro de internet, y eso cambia radicalmente el modo de sentir”.
Esa aceleración de los tiempos y la ansiedad por la inmediatez parecen erosionar la paciencia y la atención, incluso en los gestos más cotidianos. “Nuestro tiempo no es el tiempo de internet, dice Chausovsky. Hoy no podemos ver una película ni leer un libro sin consultar el celular. Las capacidades atencionales están vulneradas. Por eso, cualquier dirección de la cura tiene que ver con la pausa. Pero no sabemos hacer pausa, no sabemos esperar”.
Frente a la tentación de culpar exclusivamente a las redes, Chausovsky invita a una mirada más integradora: “No hay que ser tecno-pesimistas ni tecno-optimistas. La tecnología es. Somos parte de ella, ya somos un poco ciborgs. La cuestión es cómo encontrar lo humano en medio de lo digital. No se trata de apagar el celular, sino de aprender a usarlo para generar presencia, no ausencia”.
El ghosting —dice— no es solo un gesto individual, sino un síntoma de una época que no tolera la falta. “La tecnología y la ciencia muchas veces intentan eliminar la pérdida, como si pudiéramos evitar la angustia. Pero la angustia es parte de la vida. Siempre va a haber pérdida. El problema es cuando no podemos soportarla”.
De acuerdo con un relevamiento de YouGov (2024), casi la mitad de las personas que han hecho ghosting dicen haber sentido culpa o ansiedad después. Sin embargo, la tendencia crece, especialmente entre quienes se relacionan mayormente por redes.
Chausovsky sintetiza la paradoja: “Nunca fue tan fácil comunicarse, y sin embargo nunca desaparecimos tanto. Pero no se trata de volver atrás ni de quemar las pantallas. Se trata de rescatar el contacto, la palabra, la presencia, incluso a través de lo digital. Porque esa es la gran batalla: recuperar lo humano en medio del ruido”.